Código Deontológico de Enfermería. Capítulo IX. Artículos 47-51:
El personal de enfermería ante el derecho que toda persona tiene a la libertad, seguridad y a ser reconocidos, tratados y respetados como seres humanos
La batalla al otro lado de la colina se antojaba cruda y extenuante. Las constantes explosiones hacían retumbar las paredes del improvisado hospital de campaña, una vieja granja escuela que por mor de las circunstancias acogía a los cada vez más numerosos heridos. El estruendo de los motores, tan característico de aquellas viejas furgonetas que hacían las veces de ambulancia, presagiaban una nueva remesa de soldados convalecientes. El enorme portón de la entrada chirrió al abrirse y decenas de escombros humanos hicieron acto de presencia. Florence era una enfermera veterana. La veteranía en aquel dramático contexto se medía más por la experiencia acumulada que por los años de servicio. Una semana en el frente curtía el carácter y enseñaba tanto como años atendiendo enfermos en tiempos de paz. Cortó los ropajes harapientos de aquel joven agonizante que acababan de traerle y un nauseabundo hedor emanó de sus terribles heridas. Las limpió con esmerada delicadeza y las vendó para evitar que se infectaran. Una voz grave y dictatorial se alzó sobre el rumor general que invadía la estancia.
– ¡No atienda a esa escoria servil hasta que no haya confesado! – rugió el sargento que comandaba el pelotón que acababa de trasladar a los prisioneros. Florence lo miró atónita y tras una mueca de desdén continuó con sus cuidados. – ¡No se atreva a contravenirme! – insistió amenazante el militar.
– Sí, señor, me atrevo. Y no vuelva a gritar en esta sala, incomoda al personal sanitario y altera a los enfermos. – El sargento, acostumbrado a emitir órdenes que jamás eran puestas en duda, titubeó ante la oposición de aquella simple enfermera.
– ¡He ordenado que ese traidor sufra hasta bien nos informe de los planes del enemigo! – espetó una vez más, elevando el tono amenazante.
– Ese proceder no sólo no es ético, además es estúpido. – Replicó Florence – El herido, de no asistirlo, morirá, y los muertos ni confiesan ni informan, sargento.
Aquel rudo combatiente sintió un agudo escozor en la boca del estómago. De haberse encontrado en el fragor de la batalla hubiera supuesto que una bala lo había perforado, mas no era sino su orgullo el que acababa de ser alcanzado. Aquella muchacha menuda llevaba razón. Humillado, hizo un gesto a su pelotón, que con inusitada presteza retomó el camino de vuelta a la colina.
En esta hipotética escena se ejemplifica una situación en la que una enfermera podría verse coaccionada a no atender, o a atender deliberadamente mal, a un herido de guerra. El hecho de ser, supuestamente, un soldado enemigo no ha de llevarnos a creer que tal desatino pueda estar justificado. El personal enfermero se debe a su profesión y, en virtud de su Código Deontológico, debe salvaguardar el “derecho que las personas tienen a la libertad y seguridad, así como a ser reconocidos, tratados y respetados como seres humanos”. En nuestro ejemplo Florence antepone su ética profesional a las presiones que el sargento vierte sobre su labor. Ella desconoce el origen del soldado, sus circunstancias, su pasado. El presente es la única realidad que le importa, y como enfermera el presente le dictamina que debe atender a una persona malherida y protegerla del daño que un tercero quiere hacerle. El Código es una herramienta útil en situaciones ambiguas o extremas, en las que la toma de decisiones debe acaecer en un contexto que dificulta la deliberación sosegada. De seguirlo, habrá pocas probabilidades de equivocarse.
Autoría: Iker Duarte. Editora responsable: Verónica Tíscar.
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Este documento debe citarse como: “Duarte I. Código Deontológico de Enfermería. Capítulo IX. Artículos 47-51. [Internet]. Enfermería Activa del Siglo XXI: blog abierto; 26 de abril de 2021. Disponible en: www.enfermeriaactiva.com”