Conocí a Juan Sánchez Vallejo hace ya algunos años, en algún foro sobre políticas sociales en Bilbao. Javier Madrazo pensó que congeniaríamos y tuvo a bien presentarnos. No se equivocó. Y unos meses después compartíamos cartel como conferenciantes en una jornada en Donostia sobre sanidad pública y políticas de austeridad, en plena depresión económica mundial.
Juan es un tipo curioso. Sesenta y tantos. Médico psiquiatra jubilado y sindicalista durante varios años. Culto, templado, experimentado… y muy analítico y crítico con su entorno. Ahora escribe libros a una velocidad superior a la que yo soy capaz de leerlos, lo que me ha permitido tenerle como ponente invitado a mis docencias en la universidad durante varios años.
Aunque menemos una relación epistolar esporádica, nos profesamos cariño mutuo. Pero un día, inesperadamente, recibía una llamada suya. En nuestra conversación me hacía una proposición: escribir el prólogo de su próximo libro (ensayo). Me contó que versaría sobre el impacto emocional del cáncer en la sociedad, una idea que había sido inspirada durante su presencia en grupos de autoapoyo de mujeres con cáncer. La idea me dio vértigo, no lo voy a negar, pero no podía decirle que no…
Un mes de Febrero se presentaba el libro «¡¡Vivir!! Fenomenología emocional del cáncer» en Eibar. Sentí felicidad compartida al verlo impreso y oler sus hojas (adoro el olor a libro recién impreso).
Y aprovechando este mes de Febrero (mes en que anualmente celebramos el DÍA MUNDIAL CONTRA EL CÁNCER) reproduzco la primera parte de mi prólogo a ese ensayo:
PRÓLOGO (extracto)
«Le propongo un experimento. Por favor, piense por un momento si se siente sano/a. O, si por el contrario, se considera una persona enferma. Del mismo modo, pregúntese si la gente de su alrededor se encuentra sana y confirme, en confianza, si se sienten como tales.
Y ahora, trate de explicarse cuáles son los términos que definen a una persona sana y a otra enferma. Esos términos bajo los que se ha etiquetado a sí mismo/a y al resto de las personas cercanas a usted.
Cada año realizo esfuerzos por impartir docencia a alumnado de enfermería en su tercer año de Universidad. Resulta un interesante reto pues se trata de discentes con dos años de experiencia académica y práctica en hospitales con altas capacidades para entender y memorizar algunos de los aspectos más complejos de la fisiología humana. Al inicio de su tercer año de carrera ya han estudiado con detalle la biología humana, los procesos bioquímicos de la vida, la farmacología y son hábiles a la hora de interpretar parámetros analíticos de multitud de pruebas diagnósticas. Pero no son capaces de resolver el experimento que les proponía al inicio de este texto.
El primer día de clase acostumbro a repartir un pedazo de papel a cada asistente y les pido que escriban en él qué es la salud. Si son profesionales de esa ciencia, ¿acaso no deberían ser capaces de definirla sin vacile?
Las respuestas son siempre unánimes: «La salud es un estado de completo bienestar físico, mental y social, y no solamente la ausencia de enfermedades«. Parafrasean de memoria, sin dilación, la cita del Preámbulo de la Constitución de la Organización Mundial de la Salud, adoptada por la Conferencia Sanitaria Internacional e inalterada desde el año 1948.
A continuación les muestro una foto de una Cartilla de Cupones de Racionamiento del régimen franquista y les pregunto qué es. En ocasiones, alguno/a de los/as alumnos/as de mayor edad es capaz de ofrecer una respuesta al respecto. La mayoría nunca las han visto ni han oído hablar de ellas. Y no es para menos, pues resulta un objeto arcaico, obsoleto y olvidado, fechado en el mismo año que la definición de la Organización Mundial de la Salud.
Entonces pasamos a cuestionarnos si una creación (sea una definición o una cartilla) de 70 años de antigüedad es capaz de describir las circunstancias que vivimos en la época actual. ¿Qué ocurriría si preguntase sobre su estado de salud a quienes tienen gafas, son calvos o presentan sobrepeso? ¿O incluso a quienes acuden en silla de ruedas o con audífonos? Surgiría el debate, el enfrentamiento entre la percepción personal y la objetividad inamovible del «completo bienestar» definitorio de la Organización Mundial de la Salud.
En ese momento los/as alumnos/as tal vez sufran una mezcolanza de sentimientos que aglutine, en diferentes proporciones, vergüenza, asombro, escepticismo o decepción. Acaban de objetivar la ruptura de la dicotomía Salud – Enfermedad, ese juego binario en el que no existen los términos medios. Por mi parte, tomo conciencia en ese instante de que he captado la atención de todo el foro, que aguarda en silencio una solución al dilema…
En el año 2008, durante la conferencia del 60 aniversario de la fundación de la Organización Mundial de la Salud, un asistente tomó la palabra y realizó a los expertos congregados la misma pregunta que cada año realizo a mis alumnos/as de pregrado: «¿Alguien puede explicarme qué es la salud?». Lejos de reír por la aparente ridiculez de la pregunta el público enmudeció. ¿Qué significa el «completo bienestar«? ¿Acaso alguien puede sentirse sano/a bajo tan taxativo adjetivo? El responsable de tan básica pregunta fue Alejandro Jadad, un médico colombiano a quien le fue encomendada un año más tarde la misión de redefinir el concepto de Salud, ante la incapacidad de la organización para resolver su desafío.
Seis décadas después de la definición oficial de Organización Mundial de la Salud, una treintena de expertos/as (entre los que se encontraba Jadad) reorientó el significado del término, explicando la salud como «la capacidad de las personas para adaptarse o autogestionar los desafíos físicos, mentales o sociales que se les presenten en la vida«. Sin embargo, esta idea transgresora sobre el significado de la salud no era del todo inédita. Algunos años antes, la enfermera norteamericana Callista Roy, a través de su experiencia profesional en pediatría ya había objetivado la gran capacidad de adaptación de los/as niños/as e interpretó que el afrontamiento y la resilencia eran conceptos muy importantes para la calidad de vida de un individuo y, por tanto, la función de las enfermeras debía ser orientada no a la restitución de la salud en su sentido más estricto, sino a que sus pacientes llegasen al máximo nivel de adaptación y evolución posible tras sufrir una adversidad.
Esta nueva concepción podría implicar que, por ejemplo, una persona con una patología crónica pudiera considerarse sana y, por el contrario, alguien sin afección médica alguna pudiera sentirse enferma. El concepto de salud o enfermedad no depende, por ende, de la etiqueta diagnóstica impuesta por un profesional de la medicina, sino de la capacidad de afrontamiento de las personas a su medio. Podría hablarse de que en realidad el estado de salud de alguien representa el equilibrio entre lo que desea hacer y lo que puede hacer. Así, la pregunta correcta que debiéramos hacernos quienes trabajamos en el ámbito sanitario es si nuestros/as pacientes se sienten sanos/as, y no únicamente si lo están porque, de hecho, hoy día sabemos que la autopercepción de la salud de una persona posee una mayor capacidad predictiva de mortalidad que el juicio clínico médico».
Autoría: Sendoa Ballesteros.
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Este documento debe citarse como: “Ballesteros S. El cáncer, la salud, Juan y Alejandro [Internet]. Enfermería Activa del Siglo XXI: blog abierto; 21 de febrero de 2022. Disponible en: www.enfermeriaactiva.com”