A medida que se ha expandido el impacto económico y social de la pandemia, ha habido un incremento en los problemas de salud mental. Esta situación ha afectado especialmente a los/las trabajadores/as sanitarios/as que han trabajado en primera línea.
La pandemia de la COVID-19 ha supuesto una amenaza para nuestra actividad social, económica y personal. Pero creo que nos ha brindado una gran oportunidad para reflexionar sobre nuestra forma de vivir, de trabajar, de consumir o de disfrutar del ocio. Y sobre todo nos ha dado una oportunidad para reflexionar sobre el nivel de estrés que padecemos en el día a día; ese proceso silencioso del que no nos damos cuenta, que creemos que tenemos “bajo control” y no sabemos verlo en nuestra vida como algo manifiesto. Muchos/as expertos/as apuntan que el estrés va a ser la mayor epidemia de este siglo. Pero… ¿Sabemos cómo diagnosticarlo y tratarlo?
Nuestros antepasados se forjaron en la adversidad y en los desafíos: eran cazadores, huían de depredadores, sufrían escasez de alimentos, inclemencias de la naturaleza (calor, frío) y sufrían enfermedades infecciosas. Estos estresores agudos como el ejercicio físico, el frío, sol y calor o el ayuno, han hecho a la especie humana más fuerte, resiliente.
Pero hoy en día, hacemos poco ejercicio físico, pasamos poco frío y poco calor, durante gran parte del año y del día no nos exponemos a la luz solar, y comemos ultraprocesados a todas horas. Hoy tenemos otro tipo de amenazas: estrés en el trabajo, atascos y contaminaciones, problemas económicos, comida industrial o disruptores del ritmo circadiano como la luz azul de las pantallas.
Estas amenazas modernas son de menor intensidad, pero de mayor duración. Hemos reemplazado estresores agudos de corta duración por estresores crónicos de larga duración. En consecuencia, vivimos con una sobreactivación constante del sistema simpático, no muy elevada, pero suficiente para interferir con los procesos de reparación y recuperación del sistema parasimpático. A largo plazo, los efectos son devastadores: enfermedades cardiovasculares, enfermedades neurodegenerativas, trastornos metabólicos y psicológicos. Nuestro sistema simpático está diseñado para activarse en momentos puntuales a máxima intensidad, no para estar constantemente a medio gas.
Como podemos observar no todo tipo de estrés es negativo. Que el estrés sea “bueno” (eustrés) o “malo” (distrés), depende mucho de su duración, de la intensidad, de la dificultad percibida de la persona y su capacidad de recuperación.
Cuando hablamos del estrés negativo (distrés) tendemos a centrarnos en lo emocional. Es obvio que debemos revisar cómo estamos afrontando emocionalmente las dificultades de la vida, pero sin dejar de lado lo que sucede en nuestro cuerpo y nuestro entorno. El estrés no sólo es emocional, puede ser cualquier estímulo que interrumpa la homeostasis del organismo. Por tanto los factores estresantes pueden ocurrir a muchos niveles: a nivel físico (falta de sueño, enfermedad, lesión, deshidratación, hambre, etc.); a nivel mental o cognitivo (sobrecarga de información, demasiadas decisiones, resolución de problemas difíciles, etc.); a nivel emocional (emociones dolorosas como la culpa, la tristeza, la ira, etc.); a nivel social (conflicto con familiares y amigos/as, soledad, discriminación, etc.); a nivel existencial (desesperanza, crisis de fe o identidad, etc.); o a nivel ambiental (temperatura, contaminación, ruido, inseguridad, etc.).
Estos elementos pueden estar interconectados, pueden combinarse e interactuar entre sí. Por ejemplo, la falta de sueño o una enfermedad puede generar más irritabilidad emocional y esto al mismo tiempo puede generar problemas en las relaciones. Estos estímulos estresantes al mismo tiempo son acumulativos, se suman, formando una “bola de nieve”. Un estímulo estresante afecta a otro y se hace más grande. La carga total de todos los factores estresantes se conoce como carga alostática. También es importante entender que el “estrés” no es una experiencia objetiva. No todos sienten el “estrés” exactamente de la misma manera, o por las mismas razones.
Pero los seres humanos poseemos una enorme capacidad de reparación y recuperación (la otra cara del estrés) mediante ciertos comportamientos y prácticas que podemos aprender. Igual que ocurre con el estrés, la recuperación puede producirse a diferentes niveles: a nivel físico (alimentación y actividad física adecuada, sueño reparador, etc.); a nivel mental o cognitiva (capacidad para resolver problemas, capacidad atencional, creatividad, etc.); a nivel emocional (capacidad para la regulación emocional, capacidad para generar emociones positivas, etc.); a nivel social (habilidades sociales, capacidad para resolver conflictos, etc); a nivel existencial (valores, sentido de vida, etc.); o a nivel ambiental (entornos saludables). Igual que sucede con los estímulos estresantes, los comportamientos para la recuperación interactúan entre sí y son acumulativos.
Para trabajar el aspecto de la recuperación con mis clientes utilizo la analogía de la “jarra de la recuperación del estrés”. Esta jarra representa nuestra energía y vitalidad y está compuesta por un grifo principal que aporta estímulos recuperadores: buena nutrición, sueño regular, actividad física de baja intensidad, actividades agradables, conexión social, emociones positivas, tiempo en la naturaleza, mindfulness, etc. Pero al mismo tiempo tiene fugas generadas por los estímulos estresantes: pobre nutrición, ejercicio excesivamente intenso, estrés laboral, carga de cuidados, estrés financiero, soledad, emociones negativas, estrés ambiental, alcohol, drogas, enfermedad, lesiones, etc. Para tener una buena salud y bienestar, es necesario mantener la jarra bien llena. Si necesitamos más agua en la jarra, es necesario tapar las fugas o pérdidas que tiene la jarra. Pero también es necesario abrir el “grifo de la recuperación”, incorporando a nuestras vidas prácticas de recuperación. Probablemente lo ideal será combinar ambas estrategias: reducir el estrés y aumentar el descanso y la recuperación.
Experimentar estrés es parte de la vida. Necesitamos desafíos para aprender, cambiar y crecer como personas. Pero, también necesitamos poder recuperarnos de esos desafíos. No hay atajos. En definitiva, el equilibrio entre los estímulos estresantes y la recuperación es lo que va a determinar nuestra salud, rendimiento y calidad de vida.
Autoría: Unai Arrieta. Editora responsable: Arantxa Picón.
Artículo con revisión editorial. No existen conflictos de interés con relación al presente artículo. Las opiniones expresadas son responsabilidad exclusiva de los/las autores/as y no reflejan, necesariamente, los puntos de vista de los/las editores/as. Artículo bajo licencia de Creative Commons: Reconocimiento 4.0 Internacional.
Este documento debe citarse como: “Arrieta U. ¿Y tú has cargado las pilas después de la crisis del COVID-19?. [Internet]. Enfermería Activa del Siglo XXI: blog abierto; 5 de septiembre de 2022. Disponible en: www.enfermeriaactiva.com”